Nuestros morenos neonazis
No olvido cuando hace algunos meses un grupo de quince de ellos se desplazaba con total impunidad por Avenida Brasil blandiendo sus cadenas y bates de béisbol contra las cortinas del comercio y cantando canciones alemanas, en lo que más parecía un homenaje a las SS del fascismo hitleriano que una manifestación de culturas juveniles o de “tribus urbanas” como algunos señalan.
A la semana siguiente y de madrugada un botellazo, el sonido de los bototos en la calle y el absurdo sieg heil los trae de vuelta persiguiendo a un desprevenido punkie que tuvo la mala suerte de cruzarse con ellos.
A la vuelta de la esquina con apurado trazo alguien responde “Hitler era judío nazis culiaos. Ja, ja, ja”. Más allá una svástica responde marcando territorio. Signos de una disputa que lleva años y que ha cobrado la vida de tres jóvenes en los últimos meses. Se trata del mismo fanatismo ideológico que pega carteles en Madrid llamando a expulsar inmigrantes o que apalea a “cabezas negras” en las ciudades europeas.
Pero que es lo que causa sorpresa en nuestro país? La irrupción publica del skinhead fascista? Su violencia? El uso de emblemas nazis –por lo demás- prohibidos en toda Europa? Si así fuera, significa que vemos menos de lo que nuestros ojos nos permiten pues estas manifestaciones forman parte del paisaje urbano hace ya varios años, potenciadas ahora ultimo por el sensacionalismo amarillista de algunos medios de comunicación. Lo que realmente debiera causar asombro es como nos hemos ido acostumbado a convivir con tan irracionales vecinos y a aceptar la predica del odio racial y de clase como algo posible en un sistema que aspira a ser democrático.
Es por esto que suena a ruido cuando -como siempre en estos casos- el coro de guardianes de nuestra seguridad no tarda en hacerse oír y rápidamente condenar con frases de manual tan tibias como manoseadas, la irracional y clasista violencia skinhead, pero que nada dicen de la permanente discriminación de la que son objeto los inmigrantes, los homosexuales, los mapuches y los pobres en nuestro país. Si Pinochet es el gran culpable del terrorismo de estado, los civiles que colaboraron con la represión pueden dormir tranquilos.
Quizás y de algún modo, estas manifestaciones de fascismo juvenil no solo nos recuerdan hasta donde puede llegar la intolerancia y el odio a la diferencia de manos de quienes de manera absurda y arrogante se sienten con el derecho de “limpiar” la ciudad de sus amenazas y peligros, que no es otra cosa que un vulgar eufemismo para justificar el absurdo, sino que también lo que resta por hacer por impedir que nos acostumbremos a dar por normal lo anormal. A aceptar por valido el abuso y el matonaje.
En un país tan ávido de primer mundo bien vendría imitar la saludable costumbre de combatir el neonazismo no solo con palabras, sino que con acciones concretas en el plano legislativo que se hagan eco de la tendencia mundial y que terminen con la ironía de encontrar “Mi lucha” junto a los “20 Poemas de amor” en nuestras ferias y librerías. •